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Ya, pero ¿por qué?

por Laura Díaz de Entresotos |

Todavía recuedo como si fuera ayer, el día en que me encontré a mi hija India, que entonces tenía 3 años, pegando unas pegatinas en una de las cajoneras donde guardábamos los juguetes. Posiblemente ella también lo recuerde porque mi grito -¡NO! – debió despertar de la siesta a todo el vecindario. Alertado por mi grito, mi marido se presentó en la habitación y me preguntó alarmado qué ocurría. Cuando le expliqué que India estaba pegando las pegatinas en la cajonera y que no podía hacer eso, él se limito a responderme:

– Ya, pero ¿por qué?

Mi respuesta automática fue… enfadarme con él.

-¿Cómo que por qué? Pues porque no. Porque las pegatinas no se pegan en los muebles y punto.

– Ya, pero ¿por qué? – insistió él.

Mi enfado aumentó, me sentí irritada y … no supe responder.

No fue hasta la noche, después de haber estado gran parte del día pensando en este tema, cuando por fin pude dejar salir todos mis porqué:

– Porque aún recuerdo cuando intentamos despegar las pegatinas en la habitación de mi hermano y como nos dejamos las uñas intentando arrancarlas sin conseguirlo. Porque las pegatinas en los muebles de madera, una vez las pegas, no hay manera de despegarlas, porque…

La conversación todavía duró un rato, y al final llegamos a un acuerdo satisfactorio, que hoy sigue vigente.

Pero más allá de la solución en particular, lo que se me quedó grabado es cuántas veces reacciono de forma automática y tomo decisiones sin preguntarme antes: ¿por qué?

Desde entonces, cada vez que surge un conflicto, una discusión o un desacuerdo, intento cuestionarme y preguntarme, ¿por qué?, antes de tomar una postura. No siempre lo consigo, pero cuando lo hago me doy cuenta de que me cuesta mucho menos escuchar a mis hijas y me resulta mucho más fácil no irritarme con ellas. Esa pausa para cuestionarme, es la que suele marcar la diferencia.